Iballa de Vicente
Conocí a Hermi Orihuela y al poco tiempo ella pasó a formar parte de ese paisaje interior que es mi vida. Sucedió de manera natural, como si siempre hubiese estado ahí. Supongo que lo que hace que las personas se unan y compartan partes del camino es una vibración similar, esos atisbos de partes tuyas allá adentro de aquel ser que te hacen recorrer una y otra vez el camino hacia ellos, envueltos en una familiaridad que nos hace sentir seguros. De ella siempre me asombra esa capacidad muy suya que tiene ponerse en la piel del otro. Siempre le digo que es su mayor cualidad. Ese entendimiento tan necesario para salir indemne de las batallas en las que los seres humanos nos empeñamos en meternos una y otra vez. Ella es de mis personas favoritas a las que acudir cuando intento entender dónde pueden estar y qué pueden sentir las otras partes de un conflicto. Hermi, en un parpadeo y en un ejercicio de completa humanidad y empatía hace que el otro, ya a mis ojos un malvado villano cuyo único objetivo en la vida es hacerme daño, se convierta en un ser humano con sus cualidades y sus limitaciones buscando lo que todos, felicidad y armonía. Ella es un ser especial, un animal de mundo, con mucha sed de movimiento, que destila esa fortaleza que tienen los que se han hecho a sí mismos y que nunca, bajo ninguna circunstancia, se rendirán ante las adversidades. Una persona que ante un obstáculo siempre inventa una solución aún mayor. El que haya sido bendecida con el espíritu del positivismo hace que sea muy gratificante caminar a su lado.
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